"Los malos no triunfan sino donde los buenos son indiferentes” / José Martí

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La lluvia


A veces la lluvia es solo una circunstancia, una muestra más de los fenómenos de la naturaleza. En otras ocasiones se transforma en un incordio, nos altera nuestro estado de ánimo y se constituye en un nuevo motivo para justificar nuestro mal humor. Sin embargo recuerdo que hubo un tiempo donde me parecía mágica.


La lluvia

Por la mañana, muy temprano, la lluvia llegó para quedarse.
Durante las primeras horas, la gente dejo vacías las calles. Sin embargo con el correr de las horas, la ciudad se fue poblando y adquiriendo su ritmo habitual. El asfalto resbaladizo, autos estacionados en doble fila, congestión de tránsito, bocinas, insultos...el caos de todos los días.
Muchos años atrás, durante mi niñez, la lluvia era todo un evento. Solía quedarme detrás de las vidrieras del almacén de mis abuelos mirando la vida pasar en escala de grises. Si amanecía lloviendo, la escuela quedaba para otra oportunidad y gozábamos de la licencia que nos brindaba el mal tiempo. Hoy convertidos en meras guarderías, los colegios amontonan chicos entregados como encomiendas por la histeria de sus madres cansadas de tenerlos en casa. Que otra se haga cargo del paquete con moño y todo.
No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, sin embargo siento que perdimos algo.
Las calles pavimentadas recogían el caudal de agua que las zanjas ya no podían manejar, y cuando el temporal abría un paréntesis y con nuestras capas y botas podíamos acercarnos hasta el cordón de la vereda, solíamos llenar de barcos de papel de diario la correntada marrón que se perdía en las bocas de tormenta.
Por otra parte las calles de tierra, vacías de autos y convertidas en un lodazal, eran el escenario propicio para los más divertidos partidos de fútbol. Recuerdo que embarrarnos no ponía histéricas a nuestras madres.
El cielo gris parecía aplacar los ánimos, todo se hacía al ritmo que imponía la bruma…lento, pausado. El olor a salsa casera marcaba el comienzo del medio día y el aroma del pan tostado abría la merienda frente al televisor, desde donde el “capitán Piluso y Coquito” se adelantaban, primero a “El zorro”, luego a “kung fu” y a “El hombre nuclear”.
A veces, antes de irse la tarde, un viento sur llegaba para llevarse las nubes y la lluvia comenzaba a transformarse en un recuerdo fugaz.
Detrás de los ventanales, la abuela tejía medias de lana con agujas de madera gruesas, el otoño anunciaba la llegada del frío y había que estar preparados, con tiempo, al ritmo de la bruma…lento, pausado.
Por aquellos años la lluvia era todo un evento, se metía por las ventanas atravesando los vidrios empañados como una luz plateada, yo solía escribir mi nombre en los cristales mojados, mi vieja dibujaba un corazón grandote al lado. Ella no necesitaba mandarme a ningún depósito de chicos.
Hoy la lluvia llegó para quedarse, la ciudad casi ni se dio por enterada. La gente corre como cualquier otro día, los almuerzos no huelen a salsa casera ni las meriendas a pan tostado. Y en las escuelas…en las escuelas un ejército de histéricas amontona chicos para que otra se haga cargo del paquete…Con moño y todo.  

Sergio
 

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